La escuela en los tiempos de la pandemia…

ARACELI DE TEZANOS

Estos tiempos que vivimos son preciosos pues es posible leer, pensar, reflexionar y escuchar sin afanes, cada uno a su propio ritmo y cadencia. Y estas notas son consecuencia directa de esta maravillosa posibilidad.

Estos tiempos han traído a la mesa de conversación algunos temas que parecían estar lejos de las preocupaciones de muchos de mis colegas y amigos. Y es sobre algunos de ellos que quiero presentar algunas ideas.

El primero de ellos es sobre las escuelas que, como todos sabemos están cerradas. Pero, están realmente cerradas, pues en realidad ¿qué es una escuela?, ¿cómo se entiende una escuela, o un colegio? La primera y fundamental aclaración es que la escuela no es un edificio, que la escuela es una relación, en realidad una relación de múltiples relaciones que se han ido transformando en el transcurso de la historia. Es en ese tejido donde todos construyen su visión del mundo, los que ya traen una, la dan vuelta y la vuelven a dar vuelta, los que recién llegan van mirando aquí y allá, preguntándose, conversándose, con los otros y con los libros y ahora con los teléfonos, los computadores y todo lo demás… Todo eso que necesariamente tiene que contribuir a abrir las ventanas hacia el mundo, pues el mundo no se acaba en la esquina de la casa y la escuela igual, no se termina en las paredes de un edificio… Los maestros y todos aquellos que se vinculan con la escuela tienen hoy una posibilidad preciosa de revisarla, repensarla, y sobre todo darse permiso para ser originales y no seguir copiando hasta el cansancio lo que se dice y lo que se hace en otros mundos. Este es un buen momento para comenzar a construir y articular nuestro propio mundo, para tener un lugar desde donde decir, decir nuestra realidad, nuestro mundo, para poder conversarlo con el de otros.

Otro tema, estrechamente vinculado al anterior, puesto que en muchos casos la escuela se entiende como el lugar donde los maestros “pasan materia”, materia que recibe el académico nombre de currículo. Y pareciera que el currículo, los contenidos curriculares, los objetivos del currículo se han vuelto la obligación fundamental y esencial de la escuela y es lo que los maestros hoy en día tratan por todos los medios, bueno por los que tienen a su alcance pues la situación no es la misma en todos lados, de poder “pasar”, obligados por un enfoque metodológico impuesto, para cumplir con las demandas, las competencias y los objetivos que serán evaluados por una prueba nacional y otra internacional, que lleva a una clasificación espúrea tanto de la escuela como de los maestros y los alumnos. Lo espúreo es que esto transforma el proceso de formación de ciudadanos en un símil de una relación de mercado entre oferta y demanda, fácil de medir. Lamentablemente éste es el retrato de nuestra contemporaneidad escolar.

La escuela cerrada por la pandemia le está cerrando el camino al currículo, a los objetivos, a las competencias inscritas con letras de molde en los programas de todos los Ministerios de Educación de América Latina. Y esta barrera que instala el cierre del edificio de la escuela, pues es sólo el edificio el que se mantiene clausurado, abre la posibilidad de entender de una vez por todas que esos currículos diseñados con tanto cuidado, prolijidad y esmero por los curriculistas no son lo esencial de la escuela y mucho menos lo que le da sentido y significado, puesto que en general el espacio para conocer la vida cotidiana, el trabajo, los modos de proceder de la gente están exiliados del currículo. La pandemia con un golpe de gracia abre la puerta para que la vida de todos los días aparezca en la escuela, el trabajo de los padres, la gente que circula por el espacio de los niños. Todo está allí, a través de un micrófono, de una pantalla, haciéndole malas pasadas a los contenidos curriculares. Es como si a través de ese micrófono, de esa pantalla, aparecieran muertos de la risa aquellos viejos como Comenio que nos dijo que todo se enseña por sus causas, como Pestalozzi que consideró la escuela primaria como un lugar de expansión y entretenimiento, como Dewey que nos enfrentó a hacer de la escuela un lugar de vida, y a Freinet que no encontró nada mejor que traer la lectura y escritura de los diarios y revistas y la imprenta pues allí los niños se vinculaban con la vida real. Todos ellos nos enseñaron justamente eso, que la vida y la escuela son sólo una e indivisible.

Mi reflexión enclaustrada por la pandemia, ese mascullar ideas que practicamos todos, me trajo otro tema de la mano. Cuando se habla de escuela, se insiste en que los alumnos van a la escuela a aprender. La escuela ha adquirido una suerte de estatuto consagrado como el único lugar donde se aprende. El aprendizaje es una palabra tabú, una categoría intocable, que pareciera tener un carácter mítico, que surge de manera inmediata cada vez que se habla de escuela. Y cuando se habla de aprendizaje se habla de resultados de pruebas, de tests, de mediciones. Pareciera que es a eso a lo que van los alumnos a la escuela, a rendir pruebas, test, que muestren lo que aprenden. Cuando un padre o una madre dice que a su hijo o hija le va bien en la escuela el punto de referencia son los resultados que obtiene en las pruebas, en los test. Esos resultados se transforman en calificaciones, esas que los padres y madres esperan al final de cada trimestre y que se transforman en la representación, en la imagen de lo que los alumnos han aprendido. En las conversaciones con los maestros ese es el tema central: tengo un grupo de alumnos que no rinde, que no aprende. Y por supuesto, la escuela es el único lugar dónde se aprende. Por ello, la pandemia hace decir a los periodistas y otros expertos que hay miles de miles de niños que no aprenden porque no están en la escuela. Más aún, que esto que sucede es una pérdida de tiempo.

Estas opiniones, pues son sólo opiniones, pues no hay evidencia empírica ni definición de la variable pérdida de tiempo, se fundan en una visión de la escuela y de los niños sacralizada por los modelos educativos que se han impuesto en Chile y en muchos países de América Latina. La consecuencia, es la ausencia o mejor dicho la imposibilidad de pensar y considerar de otra manera, es decir que aprender se puede en muchos lugares y de maneras diferentes. Más aún, que en esas ma

Araceli de Tezanos

neras diferentes se unen aprender y conocer sin grandes complicaciones. Pues aquello que conozco me sirve para aprender mejor porque lo miré, lo toqué, lo desmenucé, me hice un montón de preguntas, y así como caminando y reflexionando, encontré algunas respuestas a mis preguntas. Y a veces lo hago solo o sola… y otras veces como mis compañeros y otras veces por qué no con los maestras y maestros… Y quizás ese encuentro se puede dar en muchos lugares diferentes, no sólo en el edificio de la escuela…

Por todas estas razones, la pandemia nos desafía a los maestros también, para poder mirarse, pensarse, reflexionarse de como enseñar puede ser el oficio más interesante y entretenido del mundo. Y quizás el más importante es el de cambiar ideas y prejuicios que hemos construido sobre la escuela, nosotros mismos y el aprender. Y sobre todo esta nefasta idea de perder el tiempo, como si el tiempo se pudiera perder o hubiera que pagar por el tiempo que perdemos.

Pero eso no lo entiende la administración del sistema educativo en Chile, pues al decretar vacaciones de invierno en la mitad del mes de abril, lo hace porque no ha pensado nunca que la escuela trasciende el edificio, que aprender no tiene nada que ver con los resultados de pruebas y test, por más internacionales que sean, y que perder el tiempo no existe cuando uno es niño o adolescente, pues el tiempo no tiene costos, no es un insumo que produce beneficios. El tiempo es de uno, y como dijo Michael Ende, sólo hay que temer a los hombrecitos grises que se lo roban a los cuales logró derrotar Momo, una niña como todos nuestros niños.

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